miércoles, 26 de febrero de 2014

Invento Revolucionario



Primicia mundial facilitada por Loreto.
Ya se sabe, familia que postea unida...
Gracias mil.






lunes, 17 de febrero de 2014

Cuento Centroeuropeo






Érase una vez un poblado de gitanos, en el centro mágico de un continente anciano.
Estaba escondido en el claro de un bosque cuajado de sombras moradas, en el que los abetos milenarios se empujaban unos a otros para conseguir un rayo de luz.
Los carromatos de madera formaban un círculo perfecto, amurallando la fogata. El fuego hechicero daba calor a la tribu, y acompañaba las noches que, cada veinticuatro horas, más o menos, llegaban  como regalo al finalizar el día.

Mirando de frente a la derecha, en una carreta  con miles de flores pintadas sobre el fondo rojo, vivían dos gitanos enamorados. Casi unos niños, con el pelo de bucles brillantes, se amaban con amor recién descubierto, mezclando su piel canela en abrazos de ternura fecunda.

Era al atardecer de un día de niebla, se helaba el aliento de los perros que enmudecían para no enfermar.  La gitana niña rompió a gritar mientras se convertía en madre, se confundían sus quejidos con el aullar de los lobos, y así estuvo gimiendo hasta la media noche. 
Entonces se hizo el silencio, y una cíngara desdentada, partera centenaria, envolvió en un hatillo de algodones bordados un cachorrillo sonrosado , levantándolo como un trofeo, lo acercó a la fogata, delante del patriarca, y exclamó con voz de profeta:
-                                    
                                     - ¡Luz en noche oscura! Dios nos lo ha dado.

Y así se llamó: Bogdan, que significa “Dado por Dios”.

Aquel niño fue creciendo abrazado a su madre, apretado al pecho adolescente de la gitanilla morena, jugando con su trenza negra, llena de brillos azules. Aprendió a llamarla “ mamă”, mientras ella le susurraba en besos  su nombre en diminutivo: “Boško”, que sonaba al viento filtrándose entre las ramas, que olía a musgo, a tierra húmeda, a leña. Todo lo que añoraba la niña madre, que venía de tierras aún más frías, más al norte, y para ella, mucho más bellas.

Bogdan era un regalo de vida, aprendió a dar sus primeros pasos sin necesidad de zapatos, brillaba como la luna cuando jugaba y peleaba con los otros niños gitanos. 
Era un churumbel rubio, con los ojos rebosantes de todos los verdes, desde el casi marino al dorado.

Siete inviernos y siete días después de la noche mágica en la que nació Bogdan, una  tos seca del viento de norte apagó la hoguera.
Mal augurio para la tribu.
Ya no hubo más violines cantando a las estrellas.
Enfermaban los hombres, lloraron enloquecidas ellas.
Bogdan perdió a sus padres, los gitanos enamorados. Y, mecido por  todos los brazos del clan, poco a poco se fue consolando, en el corazón se le dibujaron cicatrices en las que se leía en su lengua”mamá y papá”.

Abandonaron los gitanos aquel claro del bosque que se había convertido en un escondite de la muerte. En lenta comitiva recorrieron caminos llenos de barro, atravesaron campos escarchados, buscando un nuevo oasis donde parar los carromatos.

Una tarde roja de agosto, a la hora de la siesta, mientras los hombres bostezaban debajo las higueras , las mujeres trenzaban cestas de juncos vigilando a los chiquillos, que se remojaban en una charca de agua amarilla.  
Fué un golpe seco de hedor maligno el que empujó una carreta,  y se fue deslizando ladera abajo, sin que nadie viese u oyese nada. Como una cuchilla, la rueda derecha le arrancó la pierna. 
El agua amarilla se volvió magenta, y los rizos rubios del niño esparcidos en la arena parecían llamaradas naranjas y rojas, el único grito de auxilio, porque Bogdan cayó fulminado, inconsciente, pálido y helado, como se ponen fríos los muertos.
Otra vez, de nuevo el amor de los ajenos, los cuidados de todas esas madres buenas,  con ungüentos  y pócimas, con sortilegios y hierbas, hicieron cicatrizar el muñón de la pierna. Esta vez las cicatrices escribieron con claridad una única palabra: “Esperanza”.

Bogdan aprendió a saltar sólo con la pierna izquierda, a correr a cien por hora con dos muletas que le hicieron de la misma madera con la que, antes de que él naciera, su padre forjó su cuna.

Siguieron en procesión, buscando acomodo en el mundo,  meses y meses, tantos meses que fueron años, y un día llegaron a orillas de un mar templado, ” mar en medio de las tierras” al que llamaban Medi – Terraneo.
Y el verde de sus fondos, llenos de algas, sirenas y corales blancos, se vio en los ojos verdes de aquel gitano. Se quedó allí para siempre, supo que junto a las olas esmeraldas tendría acomodo. Encontró su misión, el motivo por el que Dios lo había dado.

Él, que lo había perdido todo, sabía que tenía tanto… Y a partir de ese mismo día, en cuanto las últimas estrellas dan el esquinazo,  Bogdan ofrece pequeños pañuelos, papelitos blancos, para que puedan enjugar  sus penas los viajeros que por las mañanas llegan a ver el mar, atravesando la montaña, que tiene un nombre tan parecido al suyo: “Tibi-dabo”.
Bogdan, el gitano rubio, saluda los buenos días en el semáforo, con la sonrisa de unos ojos verdes que siempre saben dar las gracias, aunque no haya monedas, le basta con recibir el reconocimiento en la mirada.

Nos lo ha dado Dios, lo sé cada mañana.



P.D. No sé su nombre, no hace falta.
         Lo saludo cada mañana.
         Con sus dos muletas, a trompicones entre los coches, 
         nos ofrece el paquete de pañuelos, 
         siempre con una sonrisa, cada día con un "gracias" en los labios, 
         Con euro o sin él.
         Un día le avisé que venían los urbanos, y desde ése día somos más amigos.
         Algunos lunes me acepta un trozo de pastel.
         Él cada día me hace un regalo, el primer buenos 
         días que recibo al entrar en la ciudad, y que se me quite de cuajo cualquier pensamiento
         negro, de esos que a veces entran por chuminadas .

viernes, 14 de febrero de 2014

del Amor Hermoso








Hoy hace años nos nació una hija.

La primera.
Única como cada uno de ellos.
Pionera intentando adiestrarnos en el arte de ser padres.


Llegó al mundo redondita y sonrosada, sin despeinarse. 
Y así siguió levantándose cada mañana, serena, dorada, con la dulzura tierna de sus mofletes besables.


A los 18 meses ya tenía una madurez sabia, conocía más de 100 vocablos y enlazaba frases enteras, pero es mujer de pocas palabras.

Siguió abriendo caminos en la selva de la familia: el primer colegio, la primera adolescencia, la primera boda, la primera abuelidad.

Con su mirada juiciosa intenta esconder la picardía de un sentido del humor brillante.

Debajo de su seriedad, seguridad y aplomo, sigue bullendo una creatividad que me intriga.
Y que uno de estos días-años, brotará como el rumor de las fuentes, sin demasiado estruendo, con la fuerza mansa con la que ella suele hacer las cosas.

¡Felicidades, Poto!


jueves, 6 de febrero de 2014

Máxima


Apenas lo conozco, tiene pintas de ser un cura algo despistado.
Su feligresía es rabiosamente joven y tiene una " gracia" especial con los cartelitos .
Siempre me sorprenden las asociaciones de imagen y palabra con los que anima a rezar, a pedir perdón, a "apuntarse" a la Catequesis de Confirmación. 

Ayer no había imágenes sugerentes en el cartelito.

Sólo palabras.

Palabras con tanta luz, que nada más hacía falta.

Quien aprende a vivirlas, ha encontrado la Felicidad.