Este fin de semana mi madre ha cumplido años.
No hace falta que sea su cumpleaños para que le de gracias a Dios por tenerla. Son tantas las cosas buenas que nos regala, y las que que nos ha ido dejando silenciosamente con su vida, que sólo la lista para enumerarlas sería un post demasiado largo.
Ayer, mientras cantábamos el cumpleaños feliz, ella recibía con ilusión agradecida las cuatro tonterías que le regalábamos.
Pensé en la tarea de filigrana que es hacer familia.
Labor invisible y casi muda.
Aquí no basta con "ser". Como en todo lo humano, también hay que querer.
Somos padres, hijos, esposos, hermanos, abuelos, tíos o primos.
Ahí estábamos todos cantando.
Pero depende "de cada uno de todos" que se vaya formando ése calor tibio que da el saberse querido sin condiciones.
Depende "de cada uno de todos", de cómo queramos dibujar estas palabras que definen nuestras identidades familiares, del color que pongamos a los pequeños gestos de lo cotidiano.
Son "haceres" tan pequeños, que les quitamos importancia, y siempre tenemos una excusa para despreciarlos, siempre hay cosas más importantes y urgentes en nuestra vida que dedicarnos a perder el tiempo juntos, simplemente contemplándonos.
Siempre hay algo "mío" más interesante y fundamental que ponerse a perder el tiempo con lo "nuestro": exámenes, excursiones, vacaciones, trabajo… Y puede ir pasando el tiempo, y nos vamos engañando diciendo,"luego", o "irán otros", "que lo hagan los demás". Siempre encontramos justificaciones.
Olvidamos que está en nuestra libertad el amar bien o mal. Y que el amor es, sobre todo, un verbo de la voluntad.
La voluntad de querernos juntos, ése es el gran tesoro del cariño en familia, la unidad. El pegamento que da la fuerza cuando nos llega la dificultad.
Hoy le doy las gracias a mi madre de un modo especial por ser "superglú", por saber unir con tanta delicadeza, y por haber sido tan buen ejemplo como para que nos ilusione llegar a ser un "pegamento" tan amoroso como ella.