Voy a hacer una confesión inconfesable.
Soy consciente de que con ello arruinaré mi reputación, tal vez para siempre, y que seguramente me veré obligada a saltar a "los medios" y hacer ruedas de prensa y comunicados, incluso tendré que convertirme en tertuliana de lo "rosa"(o verde loro, según se mire).
La valentía de otras blogueras, que un día confesaron sus enamoramientos de juventud, me ha animado a seguir sus pasos, y hacer público el idilio: la sociedad necesita saber la verdad.
Tuve un amor imposible. Un hombre casado, y por dos veces. Mucho mayor que yo, vamos, que me sacaba unos quinientos años. Pero para el amor platónico no exsiten ni el espacio ni el tiempo.
Al principio fue curiosidad.
Lo conocí en el cine dominical de los Salesianos. "Echaban" una peli algo subidita para la época,"Ana de los mil días", y él estaba agazapado entre los adulterios reales. En aquel salón repleto de adolescencia y sillas plegables, intuí su pasión, un hombre que creía en la verdad, coherente para ser libre, hasta la muerte.
Como los enamorados necesitan saberlo todo del amado, devoré enterita "Un hombre para la eternidad". Una y otra vez, saboreando las escenas, adorando a aquel héroe enfundado en tupidas medias Mariclaire.
Sí, me enamoré de Tomás Moro, Lord canciller de Inglaterra. Perdidamente.Para siempre.
Con un amor más maduro leí sus biografías y obras.
Me hacía reír, como cuando en el cadalso le pidió al verdugo: "Ayúdame a subir seguro, que ya bajaré por mis propios medios".
Elevaba mi espíritu:
Dame, Señor, un poco de sol,
algo de trabajo y un poco de alegría.
Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla, una buena
digestión y algo para digerir.
Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento, los lamentos y
los suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado
por esta cosa embarazosa que soy yo.
Dame, Señor, la dosis de humor suficiente como para encontrar la
felicidad en esta vida y ser provechoso para los demás.
Que siempre haya en mis labios una canción, una poesía o una
historia para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos
y a no ver en ellos una maldición.
Concédeme tener buen sentido,
pues tengo mucha necesidad de él.
También hemos tenidos nuestros desencantos, como corresponde a un amor verdadero.
El último fue en el AVE. Por una obrita suya, que le hizo muy famoso: Utopía.
El nombre de esa isla que inventó ha quedado como sinónimo de mundo idealizado...
Al leerlo por primera vez no lo entendí.
A mi, que me gusta pasear por los arrabales, me faltaba el aire en esa ciudad tan perfecta y organizada. Lo atribuía a que él es un hombre algo mayor, y yo una mujer postmoderna.
Pero algo me hacía barruntar que estaba siendo injusta, y en el viaje de vuelta le dije eso de "Thomas, tenemos que hablar". Mientras repasaba sus palabras con otros ojos, con paciencia me hizo ver la metáfora.
Utopía es un canto a las virtudes sociales, a la justicia, y sobre todo a la esperanza. Ese es el ideal, la conquista que propone Utopía, educar amando las virtudes, con la esperanza de ser mejores.
Justo lo que necesitamos hoy, con la dichosa crisis, como en las crisis de hace tantos años.
Gracias Sir Thomas, una vez más, rendida a vuestros pies.