Como en la mítica película de Chaplin, la ciudad bulle en historias de siempre.
Me gusta contemplarla en visión cenital. Así, recostada junto a la playa.
Respirando acompasadamente, medio dormida, o jadeando en su actividad.
Al acercarme a ella espero con impaciencia la sorpresa de sus luces cambiantes.
Conozco las curvas de memoria, y sé en cual se esconde, dónde salta y me atrapa y embelesa con su falsa quietud. Cada día.
En invierno, las mañanas suelen ser de grises y ocres. A veces helados azules, incluso recuerdo algún día en blanco y negro.
Las tardes son rosas y malvas, y las noches frías con luna llena, rozan el horizonte turquesa.
Los veranos son casi siempre días de luz magenta y rojos, desdibujados por el bochorno.
Así son las luces en mi ciudad.
Este video recoge algunas.
Las filtra a través de la belleza de la Sagrada Familia, haciendo entrar el tiempo en la Eternidad.