Roma está cosida con puentes, que bordan paseos románticos sobre el Tiber, o simplemente pespuntean el camino del tranvía para las prisas modernas.
El Tíber reposa bajo sus arcos como un anciano cachazudo, sabio y expansivo. Confiado en la fuerza invisible del agua, capaz de esculpir las piedras hasta suavizarlas, perseverante hasta convertir la roca en arena. Por eso descansa plácido,porque como la verdad se sabe tozudamente eterno.
En el Ponte Milvio los enamorados modernos guerrean con el ayuntamiento que no les deja colgar candados, símbolo de su amor comprometido.
En el de Sant'Angelo los manteros venden por veinte euros bolsos de Prada, y nos paramos los turistas para captar la luz del tramonto,un arrebato de malvas y ocres como escenario, metáfora de la tristeza que siempre llega con la despedida, la del día, la de la vida.
Ahora que no se lleva nada "pontificar"*, ahora que la posmodernidad nos exige el tedio del conformismo, la desilusión de la fragmentación y el individualismo, estos puentes me parecen el mejor símbolo de esperanza, la imagen del mi proyecto de vida: Edificar Puentes.
Puentes que son mesas de fiesta para celebrarnos, o simplemente compartir unos macarrones.
Puentes que son tardes de contemplación mientras mis padres duermen la siesta y los niños piden la merienda.
Puentes para acompañar, para aprender empatía y hacer del otro, tan distinto, alguien enriquecedor y cercano, con una taza de té que nos caliente las manos o un tartufo helado, un abrazo o un guasap... Compartir y hacerse cargo...
Puentes con dos pilastras, las únicas que hacen posible el diálogo: comprensión y verdad. Argamasa indispensable para combatir la aluminosis del pensamiento postmoderno.
En el antiguo Pons Sancti Petri, los ángeles de Bernini me soplan al oído unas sabias palabras de Alejandro Llano: "El diablo trata de convencernos de que las cosas no pueden cambiar. Pero él si trata de cambiar las cosas...para mal".
* Exponer opiniones con tono dogmático y suficiente.
Etimología: Pons facere: edificar puentes.