Con deje displicente, siempre he contemplado algunas manifestaciones de estos días como algo demasiado sensiblón, poco profundo en esencia, el dominio de los ritos.
Desde el sur del norte no acababa de entenderlo.
En la memoria musical sólo asocio los tambores con la Semana Santa.
Rotundos y secos.
Con redobles que dan la vuelta al estómago.
Marcando con los golpes sobre el pergamino los golpes de un ajusticiamiento injusto.
Es el acompañamiento del dolor.
Pero hace unos días descubrí otras músicas.
Conversaban en la radio sobre las diferencias entre la procesión andaluza y castellana.
No entendía el vallisoletano "esas músicas", las marchas con cornetas y tambores como acompañamiento de la muerte.
Saltó rápido el andaluz:
-"Es que nosotros sabemos que resucitó".
Y entonces pude oir cómo suena la Esperanza en el Dolor.
Porque desde "Esa Madrugada" no existe ningún dolor sin sentido. No hay dolor sin esperanza.
Es el acompañamiento del dolor.
Pero hace unos días descubrí otras músicas.
Conversaban en la radio sobre las diferencias entre la procesión andaluza y castellana.
No entendía el vallisoletano "esas músicas", las marchas con cornetas y tambores como acompañamiento de la muerte.
Saltó rápido el andaluz:
-"Es que nosotros sabemos que resucitó".
Y entonces pude oir cómo suena la Esperanza en el Dolor.
Porque desde "Esa Madrugada" no existe ningún dolor sin sentido. No hay dolor sin esperanza.