Erase una vez un hombre y una mujer.
Podríamos pensar que ser "un hombre y una mujer " es poca cosa, un título anodino, insustancial, y sin embargo, es una aventura apasionante.
Un día, cuando habían pasado muchos inviernos, primaveras y veranos y se disponían a empezar otro de tantos otoños juntos, ella quiso escribirle a él un poema.
A lo mejor fue consecuencia de alguna de las series de la BBC lo que la inspiró, de esas románticas ... estaba entrando en una edad difícil, y necesitaba hacer algo grande para la posteridad de aquel amor, regalarle algo distinto por su cumpleaños, ni camisas, ni colonia, ni corbatas.
Pensó escribir una epopeya.
Empezó a buscar acciones trascendentales que hiciesen perdurar en la memoria la grandeza de su héroe, batallas grandiosas, conquistas condecoradas con medallas y trofeos...pero sólo encontraba las victorias silenciosas ante el despertador diario, todas las mañanas, en pie de guerra, armado con el pacifismo callado del que trabaja duro para los otros.
Revolvió entre sus papeles, por si hallaba en ellos arengas memorables, discursos encendidos, soflamas a lo "yes-güi-can", pero no había ningún rastro. Sólo halló un "SÍ" continuo, actualizando el "SÍ" primero.
Consultó bibliografía husmeando entre legajos, por si descubría gestas clásicas de princesas encerradas y dragones pirómanos ... pero no encontró a su héroe entre esos príncipes endomingados. En su lugar vio a un hombre que siempre afronta las dificultades con serena mesura, procurando disimular los malos ratos para no preocupar demasiado.
Y entonces decidió buscar en la memoria de su corazón...y allí estaban bien guardadas todas las gestas épicas de aquel héroe:
Recordó miles de sorpresas enamoradas, aparentemente sin importancia: Una lejanísima mañana de mayo en la que él recorrió un montón de kilómetros de los de antes,para estar esperándola en su portal con un gigantesco ramo de lirios cuando ella saliese hacia la facultad, o ahora mismo, cuando sin aviso, la va a buscar "al taller", venciendo la incomodidad que le entra en los barrios "frikis" que a ella tanto le gustan.
Y aparecieron muchas noches y kilómetros de pasillo recorridos con paciencia, calmando cólicos, llevando vasos de agua, dando friegas de colonia a rodillas que crecen, quedándose dormido contando cuentos, largas tardes de domingo perdidas en el parque para que ella pudiera estudiar, o planchar... lo descubrió escurriéndose en silencio para colocar el lavavajillas, cerrando las puertas con cuidado para que ella pueda dormir un rato más.
Miró en sus ojos, y los encontró rebosando ternura al contemplar a sus hijos jugando, o disfrazados con gafas de sol para que nadie vea sus lágrimas en las despedidas.
Y entonces ella se dio cuenta de que a él no le gustaban las palabras grandilocuentes, que se incomodaría con versos y metáforas, que le diría lo de siempre: "estás loca..." y decidió cambiar la poesía por la cocina, y hacerle un maravilloso pastel de cumpleaños.
Ése sería su regalo, un cotidiano-sencillo-simple pastel de cumpleaños, que no desentonase con la mayor epopeya jamás contada, una de esas historias que empiezan así: "érase una vez un hombre y una mujer..."
Y colorín colorado, el cuento continúa pero el postre se ha terminado.