Érase una vez un poblado de gitanos, en el
centro mágico de un continente anciano.
Estaba escondido en el claro de un bosque cuajado de sombras moradas, en el que los abetos milenarios se empujaban unos a otros para
conseguir un rayo de luz.
Los carromatos de madera formaban un círculo
perfecto, amurallando la fogata. El fuego hechicero daba calor a la tribu, y acompañaba las noches que, cada
veinticuatro horas, más o menos, llegaban
como regalo al finalizar el día.
Mirando de frente a la derecha, en una carreta
con miles de flores pintadas sobre
el fondo rojo, vivían dos gitanos enamorados. Casi unos niños, con el pelo de
bucles brillantes, se amaban con amor recién descubierto, mezclando su piel
canela en abrazos de ternura fecunda.
Era al atardecer de un día de niebla, se
helaba el aliento de los perros que enmudecían para no enfermar. La gitana
niña rompió a gritar mientras se convertía en madre, se confundían sus quejidos
con el aullar de los lobos, y así estuvo gimiendo hasta la media noche.
Entonces se hizo el silencio, y una cíngara desdentada, partera centenaria,
envolvió en un hatillo de algodones bordados un cachorrillo sonrosado ,
levantándolo como un trofeo, lo acercó a la fogata, delante del patriarca, y exclamó
con voz de profeta:
-
- ¡Luz en noche oscura! Dios nos lo
ha dado.
Y así se llamó: Bogdan, que significa “Dado
por Dios”.
Aquel niño fue creciendo abrazado a su madre,
apretado al pecho adolescente de la gitanilla morena, jugando con su trenza
negra, llena de brillos azules. Aprendió a llamarla “ mamă”, mientras ella le susurraba en besos su nombre en diminutivo: “Boško”, que
sonaba al viento filtrándose entre las ramas, que olía a musgo, a tierra
húmeda, a leña. Todo lo que añoraba la niña madre, que venía de tierras aún más
frías, más al norte, y para ella, mucho más bellas.
Bogdan era un regalo de vida, aprendió a dar
sus primeros pasos sin necesidad de zapatos, brillaba como la luna cuando
jugaba y peleaba con los otros niños gitanos.
Era un churumbel rubio, con los
ojos rebosantes de todos los verdes, desde el casi marino al dorado.
Siete inviernos y siete días después de la
noche mágica en la que nació Bogdan, una tos seca del viento de norte apagó la hoguera.
Mal augurio para la tribu.
Ya no hubo más violines cantando a las
estrellas.
Enfermaban los hombres, lloraron enloquecidas
ellas.
Bogdan perdió a sus padres, los gitanos
enamorados. Y, mecido por todos
los brazos del clan, poco a poco se fue consolando, en el corazón se le
dibujaron cicatrices en las que se leía en su lengua”mamá y papá”.
Abandonaron los gitanos aquel claro del bosque
que se había convertido en un escondite de la muerte. En lenta comitiva
recorrieron caminos llenos de barro, atravesaron campos escarchados, buscando
un nuevo oasis donde parar los carromatos.
Una tarde roja de agosto, a la hora de la
siesta, mientras los hombres bostezaban debajo las higueras , las mujeres
trenzaban cestas de juncos vigilando a los chiquillos, que se remojaban en una
charca de agua amarilla.
Fué un golpe
seco de hedor maligno el que empujó una carreta, y se fue deslizando ladera abajo, sin
que nadie viese u oyese nada. Como una cuchilla, la
rueda derecha le arrancó la pierna.
El agua amarilla se volvió magenta,
y los rizos rubios del niño esparcidos en la arena parecían llamaradas naranjas
y rojas, el único grito de auxilio, porque Bogdan cayó fulminado, inconsciente, pálido y helado, como se ponen fríos los muertos.
Otra vez, de nuevo el amor de los ajenos, los cuidados de todas esas madres
buenas, con ungüentos y pócimas, con sortilegios y hierbas,
hicieron cicatrizar el muñón de la pierna. Esta vez las cicatrices escribieron con claridad una única palabra: “Esperanza”.
Bogdan aprendió a saltar sólo con la pierna
izquierda, a correr a cien por hora con dos muletas que le hicieron de la
misma madera con la que, antes de que él naciera, su padre forjó su cuna.
Siguieron en procesión, buscando acomodo en el
mundo, meses y meses, tantos meses
que fueron años, y un día llegaron a orillas de un mar templado, ” mar en
medio de las tierras” al que llamaban Medi – Terraneo.
Y el verde de sus fondos, llenos de algas,
sirenas y corales blancos, se vio en los ojos verdes de aquel gitano. Se quedó
allí para siempre, supo que junto a las olas esmeraldas tendría acomodo. Encontró su misión, el motivo por el que Dios lo había dado.
Él, que lo había perdido todo, sabía que tenía
tanto… Y a partir de ese mismo día, en cuanto las últimas estrellas dan el esquinazo, Bogdan ofrece pequeños pañuelos, papelitos blancos, para que puedan enjugar sus penas los viajeros que por las mañanas llegan a ver el mar, atravesando la montaña, que tiene un nombre tan parecido al suyo: “Tibi-dabo”.
Bogdan, el gitano rubio, saluda los buenos días
en el semáforo, con la sonrisa de unos ojos verdes que siempre saben dar las
gracias, aunque no haya monedas, le basta con recibir el reconocimiento en la
mirada.
Nos lo ha dado Dios, lo sé cada mañana.
P.D. No sé su nombre, no hace falta.
Lo saludo cada mañana.
Con sus dos muletas, a trompicones entre los coches,
nos ofrece el paquete de pañuelos,
siempre con una sonrisa, cada día con un "gracias" en los labios,
Con euro o sin él.
Un día le avisé que venían los urbanos, y desde ése día somos más amigos.
Algunos lunes me acepta un trozo de pastel.
Él cada día me hace un regalo, el primer buenos
días que recibo al entrar en la ciudad, y que se me quite de cuajo cualquier pensamiento
negro, de esos que a veces entran por chuminadas .
7 comentarios:
Gracias por el cuento maravilloso, uno de tantos que se esconden en los ojos que han llorado. Me gustaría ser como tú. Un beso
Eres la mejor mami, me ha encantado el cuento! me gusta este formato del blog, aunque tengamos que esperar 3 días para tener un nuevo post! jajajaja no se como lo haces, pero siempre que mezclas cuento con la realidad te queda genial y NO ES POR HACERTE LA PELOTA! que quede bien claro! te llamo esta tarde! besotes fuertes! pd, lo mejor del post, cuando cuentas que sois más amigos, y te acepta el pastel, eres la mejor chula!
Me entra miedo... ¿Después de vernos unos días (menos de lo que nos gustaría) también se te ocurren historias que no escribes en el blog?
Ya me dirás. A lo mejor me presento con una cicatriz en la mejilla y de ahí tiras del hilo...
Besos.
Gracias Ana.
Parecerte, sólo a tu mejor tu, en expresión de Salinas.
Un besico, Princesa del Guisante.
Miguelón, agradezco hasta el infinito y más allá tus palabras, pero, de verdad que no hace falta tanto peloteo...mi amor, mimos y adoración rendida los tienes asegurados,¿no sabes que soy tu madrrrre?
jajajajajaja...fíjate, Pablo, esta enfermedad de la imaginación, no necesita ni que la cicatriz en la cara sea de sangre o fuego, puede ser de atrezzo. ..qué protagonista tan estupendo serías en una historia de cosarios, todo vestidito de negro, adentrándote en el mar, siempre siempre mar adentro...incluso puedo dibujarte como un pirata bueno...
Gracias, un beso y ...hasta luego.
Ya he leído cinco veces creo el cuento. Casi cada día desde que lo colgaste. Y no he dicho nada porque no encuentro palabras, es una maravilla. No tiene desperdicio la post data. Felicidades Mater, muyyyyyy grande. Un abrazo de los buenos
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