martes, 14 de octubre de 2014

Sabiduría ancestral





Solo cabe el silencio ante la sabiduría.
No tiene desperdicio

jueves, 2 de octubre de 2014

Carcas sin fronteras


"Kate" de Oleg Ravdan




Me miro en el espejo y no puedo fantasear: Soy una señora mayor. Abuela, por más señas.


Me sorprende esa desconocida mismidad que me observa al otro lado del cristal, tan folmalita ella, la clásica señora "estilo madre", con el típico redondeamiento burgués de la clase media.
Me desconcierta porque no me reconozco en ella. 

No tiene mucha importancia, y acabaré acostumbrándome a la compañía íntima de esa señora en la que me he convertido, seremos buenas amigas en cuanto le coja el tranquillo.

Lo único que resulta complicado en esto del envejecimiento, es lo insoportables que se han vuelto mis coetáneos, transformados de repente en viejos cascarrabias o en mansos durmientes por derribo o por aburrimiento.
Eso lo llevo mal.

Para compensar, ayer reencontré el libro de Alejandro LLano y la cita de Magris:


"El diablo es conservador porque no cree en el futuro ni en la esperanza, porque no consigue siquiera imaginar que el viejo Adán pueda transformarse, que la humanidad pueda regenerarse. Este obtuso y cínico conservadurismo es la causa de tantos males, porque induce a aceptarlos como si fueran inevitables y, en consecuencia, a permitirlos." 



Era de esperar, algo diabólico se olía en eso del conservadurismo...la desesperanza y la derrota huelen a azufre.

El fondo de mi alma sigue siendo antisitema. Y en gente tan sesuda como Llano o Magris, encuentro la excusa para seguir explotando esa venada revolucionaria.

No se trata de sumarse al "optimismo de almanaque", que espera que el cambio de año, o de temporada, o de milenio van a poner las cosas mejos, por arte de birlibirloque...

A mi edad la "normalidad" implica un cierto desencanto. Pero eso no lleva consigo el fatalismo del "nada se puede cambiar", sino que, precisamente porque los talludicos ya conocemos la realidad, no nos acobardamos ante lo que son las cosas, y sabemos luchar por lo que deberían ser.

También a estas alturas, la vida sigue valiendo la pena, tal vez ahora más que nunca. Ahora que hemos aprendido a reirnos de nosotros mismos y a no tomarnos demasiado en serio.

Ése es el mejor antídoto, la pócima que libera del peso de la carcundia.