Exposición y Pliego de descargo
Las vitrinas de los objetos cotidianos son las más atractivas de cualquier museo.
Junto a ése trocito de madera roída, se ha quedado una patricia romana desenredándose el pelo. Y en ése “lachrimatorium” azul aún hay vapor de lágrimas, que acompañó la pena de una madre tartesa.
En casa no tengo tesoros tan antiguos y valiosos, pero va pareciendo un museo.
En cajas apiladas he acumulado porciones de tiempo. Está envasado al vacío, aislado de modas, materializado en objetos obsoletos y trasnochados.
Con el cambio de armario he tenido que quitarles el polvo y el letargo, y molestos con la sacudida, escupen “
saudade”, y la conocida alergia.
Salen desperezándose, con terquedad amarilla que intentaré blanquear al sol, y curiosamente, ahora, no me parecen tan inútiles.
Hay muchas razones para su destierro, no sólo es cuestión de talla y moda.
No encajan en la temática Kleenex de usar y tirar.
Son la respuesta a otro concepto de vivir.
Debe ser que también soy antigualla, empiezo a ablandarme, y a arrepentirme de haberlos castigado a ése ostracismo en el cartón.
Ahí están, por ejemplo, algunas prendas expulsadas: un peinador, una mañanita, manguitos para la cocina y varias bolsas para el pan.
¿Quien puede usar algo así, a quien se le ocurrió que tenían utilidad? No lo entendía cuando “aparecieron” en mi ajuar.
Probablemente los crearon unas mujeres que conocían a fondo la realidad y limitaciones del ser humano. Que valoraban sus posesiones, y cuidaban los detalles de la cotidianidad para hacer más amable su monotonía.
Por partes.
Acabo de descubrir que todavía se venden “peinadores”, y no sólo como antigüedad.
Nunca llegué a usarlo, firmé la sentencia sin conocer los hechos. No me había dado cuenta de que todos los días se nos cae el pelo(a unos más que a otras) y que no se evaporan, no, que se quedan pegadicos a la ropa, o rondando por el suelo.
Pero aquellas mujeres eran previsoras, y el peinador les ahorraba trabajo, les facilitaba la tarea cariñosa del cuidado. Y encima, tenían la paciencia de bordarlo.
Igual con los “manguitos”. Ya me he desencantado de la publicidad engañosa, que las manchas de aceite son traicioneras hasta la muerte...y ¿quién es la que sabe freír sin que salpique?
Ellas, aquellas históricas, no estaban dispuestas a enriquecer a Amancio Ortega, y hacían durar las blusas, las batas o lo que fuera. Además, ¿hay algo menos romántico que el olor a fritanga en una caricia?
¡Ah, las bolsas !Va a resultar que no es novedad, que no lo idearon los del “carreful”. Nuestras precursoras ya se habían percatado de que el pan en bolsa de plástico se queda como el blandiblú, y esas bolsitas floreadas son mucho más personales y ligeras que las que nos regalan en el super, y siempre olvido en casa.
Y llegamos al meollo, a la “mañanita”, que algunas no sabrán ni qué es.
Dice la RAE:
"Prenda de vestir, de punto o tela, que cubre desde los hombros hasta la cintura y que las mujeres usan principalmente para estar sentadas en la cama".
Estas sabias antecesoras valoraban la visita a los enfermos y convalecientes. Como sujeto activo o pasivo. Sabían que cuando en la clínica aparece el primo segundo de tu jefe, y estás en plena “subida”, o bajada, que da igual, se agradece llevar encima algo más que una camiseta descolorida, con propaganda del Banco.
(No sé si ha sido suficiente y te he convencido. Intentaré “tunearla”, le quitaré lazos y puntillas, y a ver si hay suerte. Siempre me quedará el "Lachrimatorium").