miércoles, 15 de mayo de 2013

Cinco minutos de un viaje en tren



                                                                          E. Hopper



Oigo dos conversaciones cruzadas mientras escribo. 
De los asientos de atrás me llegan las voces de mi sobrina pequeña y mi hermana, jugando a adivinanzas, entreteniendo el rato que aún nos queda. 
En el asiento de al lado un hombre musculado con pintas de matón de gimnasio o de guardaespaldas, habla con deje "cani" con sus compañeros, sobre boxeo, con nombres y palabras que no entiendo.

Desde fuera, a través del cristal de la ventanilla, pasan silbando las llanuras verdes. 
Está siendo una primavera rabiosa, más brillante que otros años, saturada de esmeraldas con sombras púrpura. Hoy viene el cielo con nubes prendidas, con pinceladas cortas, grises en un fondo azul como el que pintan los niños. Cuánto me gustan las nubes. Siempre quisiera pintarlas, con su esponjosidad  de bizcocho... Me gustaría saber plasmar la atmósfera opaca de sus ondulaciones filtrándose en la luz transparente.

Ya casi llegamos .
Aparecen como chasquidos aldeas blancas entre los campos recién germinados.
A borbotones de velocidad atravesamos pueblos recién construidos, bloques de pisos que nunca han sido estrenados, fantasmas de los pródromos de esta crisis, esqueleto de las desmesuras e insensateces.

Madrid se despereza soleada. Intuyo su ronroneo de coches como saludo de buenos días. 

Mi sobrina ríe como sólo saben reír los niños de diez años. Estrenando humor inteligente, sin poder sofocar las carcajadas que mi hermana, pudorosa, intenta aplacar por cortesía con los otros viajeros. Pero la risa es incontrolable en la seguridad confiada que ofrece la infancia.

Al escucharla también río, pero por dentro, porque Madrid se ha quedado en mi corazón como el recuerdo del primer debut de libertad, a la que ni tan siquiera le había quitado  la etiqueta de la novedad. Y siempre que vuelvo, regreso a esa sensación de inauguración, de emancipación recién estrenada.

Me ayuda mucho recordar que sólo tenía 17 años. 
Para no sufrir tanto por ellos cuando comienzan a alejarse de mis alas de clueca.
Para entender sus ganas de independencia y disfrutar con ellos el regalo de la libertad.

Para educar no hay mejor medicina que la  memoria.





6 comentarios:

Ana, princesa del guisante dijo...

Por aquellas sincronías curiosas de la vida, te leo mientras estoy escribiendo sobre trenes, en mi caso, desde el andén.

Recordar quién hemos sido ¡imprescindible! Gracias por explicarlo tan bonito.

Un besazo

Mariapi dijo...

Otra de las muchas bendiciones de vivir en este momento de la Historia es que podemos llevar con nosotras el "kit bloguero", y comentar y postear en directo, coincidiendo sincrónicamente en un andén...
Recordar quien éramos...y dar el siguiente paso, ponernos en los zapatos y las circunstancias del otro.

Gracias, Ana.Besicos.

oles dijo...

Cuando mi hija cogió "su tren" para irse de mi lado, yo le dí la mano para que subiera, pues todavía recuerdo cuando cogí yo el mío. Como me fui de mi casa tras la independencia que la edad me daba. La memoria es la mejor aliada para afrontar las asperezas de la vida, ella casi siempre es la mejor consejera.
Besos de jueves. Oles

sunsi dijo...

Uf, Mariapi. La experiencia personal me sirve. También para indagar si esa edad coincide con su necesidad y sus deseos más íntimos. Tanto si fue buena como si no, sirve... aunque recordarla a veces duela.
Un beso grande, Mater.

Mariapi dijo...

Oles, no es fácil, pero es lo mejor, ayudarles a dar el empujon. Creo que la mejor manera de hacerlo es haciéndoles notas que estamos felices viéndolos mayores, asumiendo su libertad, procurando no " hacernos víctimas", que es un modo muy sutil de chantaje emocional.

Muchas gracias por tu comentario , bienvenida.

Mariapi dijo...

Claro que puede doler, pero eso es un "plus" de experiencia a la hora de ayudarles a decidir , a asumir toda la responsabilidad de las decisiones libres. Son el haz y envés de la libertad que estrenan, a mi me parece muy importante que sepan y comprueben que van inseparablemente unidas: ejercer su libertad implica que ellos solitos asumen las consecuencias y responsabilidades de todo tipo que eso conlleva. Si no pueden hacerlo, seguramente aún no ha llegado el momento de cortar las amarras .

Mil gracias y un besote gordo, Sunsi.