lunes, 20 de mayo de 2013

Descuartizamiento




"Saturno devorando a sus hijos".
F. de Goya





Bajaba la cuesta con la mirada perdida.
La primera luz del día se encendía tímidamente, y el silencio le acompañaba por dentro y por fuera.

Aún no se oía respirar en  las casitas que se apretujaban sobre la rampa en zigzag. Las habían edificado hacía poco, arrinconándolas entre la roca del acantilado y la cuneta de una antigua senda de contrabandistas. Eran construcciones para esos nuevos ricos que juegan al lujo de la sencillez. Imitaban la ingenuidad de las casitas de pescadores con rebuscada cursilería en cartón piedra, y  la opacidad de la alborada aumentaba la sensación de estar en un escenario. Las sintió más repulsivas que nunca, el símbolo de la superficialidad que le aplastaba.

Sólo se cruzó con un gato negro que corría ondulándose como una cinta de raso.
Pero no le turbó la superchería, ya no importaban los gatos negros ni los espejos rotos: Toda la mala suerte estaba ya desatada.

Corría para acercarse al misterio del rugido del mar, que de lejos atrae con su ronroneo, como amante insinuante, y cuando se alcanza, aturde, ensordece y absorbe. Necesitaba emborracharse con el escándalo del oleaje, encontrar en esa bulla las fuerzas para el fin del final.

Tenía las manos doloridas, magulladas con los golpes de su propia fuerza. Le dolían los dedos en cada una de sus falanges y aumentaba el suplicio al recordar el crujido de tanta vida mientras retorcía con furia cada uno de sus pedazos.

Cuando tomó la decisión tenía la esperanza de que así encontraría la paz de la justicia.Pero...¿cómo olvidar la propia vida, el único sentido de todos sus pensamientos, el centro de toda su energía e imaginación durante tantos años?

No había otra salida. Mejor así.

Ya sólo quedaba esparcir sus restos por el mar.

Al llegar a la orilla extendió las manos para contemplarla por última vez: 
El final de tanto sufrimiento. 
La consumación del largo peregrinaje intentando la vida de puerta en puerta. Había terminado al fin con la ristra de explicaciones manidas e injustificadas.

El, que la había creado, la inmolaba. 
Sólo quedaban chispas de sus restos entre los dedos manchados de rojo, la tinta roja con la que la última editorial había vuelto a rechazar su novela.
Cuatrocientas veinte páginas en dos mil pedacitos, flotando como un lecho de pétalos. 
Un funeral vikingo para su alma escritora.

6 comentarios:

que dificil la vida sin ti dijo...

¡Gran relato, amiga Mariapi! pero...a mí si me rechazan un original me voy al cine...-;)
Muy bueno en serio, muy "Brönte"...esos acantilados de Cornualles...¿no?
Un besazo
Asun

oles dijo...

Un relato único y estremecedor. Me estaba agobiando hasta que has descubierto que se trataba de una novela rechazada. Me ha gustado.
Besos de martes. Oles

Pablo dijo...

Me has sorprendido... A ver cuándo llevas tus escritos a la editorial. Seguro que no termina así.

Mariapi dijo...

Mejor el cine, por supuesto.
Pero ya sabes, la imaginación pide otras alternativas.
Los acantilados podrían ser tambien algunos gallegos o de las Asturias...con bruma ligera al amanecer,...por hacer Patria...
Un besote y mil gracias Asun.

Mariapi dijo...

Muchas gracias, Oles.
Espero no haberte asustado...
Bss.

Mariapi dijo...

No creas Pablo, lo del mundo editorial es complejísimo, estoy esperando a que pase la crisis para lanzarme al estrellato...
gracias mil