miércoles, 7 de marzo de 2012

Una niña y la muerte






Ser niño en un pueblo regala una entrada en la vida con las proporciones adecuadas. Todo está dispuesto para que las manos infantiles realicen sueños: Piedras, palos, hojas, agua, caminos, pájaros y árboles, gatos, ovejas y hormigas, flores, manzanas, hierba verde y nieve. El paraíso de los cuentos es un pueblo cualquiera. Allí los sonidos llegan vibrantes, limpios, cuajados de realidad, y cada año con sus cuatro estaciones, son la pedagogía infantil más avanzada para el "conocimiento del medio" y el completo de la vida.

Vivíamos en el mismo pueblo, pero tenía dos años menos, que a esas edades es media vida, la distancia que separa a los mayores de los pequeños. Se llamaba Mari Carmen, era rubia y no tenía hermanos.  Su padre era el fotógrafo, y tal vez por eso la recuerdo para siempre en una foto en blanco y negro, con la orla blanca de ondulaciones irregulares alrededor, como eran todas las fotogtrafías.

Su casa estaba junto a la carretera. Entonces las carreteras atravesaban los pueblos, y eran la distracción de los viejos, contar los coches sentados bajo el tilero. Los niños jugábamos en la calzada sin aceras, y cruzábamos sin mirar. Por eso un día a MariCarmen la atropelló un camión.

Aunque ahora sé que nunca volví a verla, la he contemplado miles de veces. En las imágenes truculentas y llenas de vísceras de las conversaciones de niños asustados. Imaginándola envuelta en un sudario blanco y a sus padres llorándola eternamente, y sobre todo en esa inexistente foto en blanco y negro. Con el flequillo lacio recortado justo encima de los ojos, y una diadema de espuma roja. Porque en las fotografías de la imaginación el blanco y negro tiene  rojo, y las niñas llevan falda plisada de cuadros aunque sólo se retraten el rostro. Licencias de la memoria imaginando.

Nunca olvidaré la pena que puede sentir el corazón de una niña al contemplar aquella casita tan arrimada a la carretera, sabiendo que dentro una chiquitina rubia agonizaba triturada por un camión. Aún puedo sentir el dolor de  aquella niña de seis años que yo era, al imaginar lo sola que estaría  su madre. Los niños entienden la muerte. Saben lo que duelen las despedidas. En un pueblo la muerte se vive, nadie cuenta milongas de que "hay una nueva estrella". Desde muy pequeños habíamos ido al cementerio, escuchábamos las historias de miedo de los mayorzotes, y hacíamos apuestas de valentía tocando el mármol de las lápidas. Sentíamos miedo y respeto porque morir era un adios para siempre.

Me salvaron las campanas. Tocaron a muerto, y llevaron un ataúd blanco a la pequeña capilla donde la Patrona tenía su mismo nombre," Ntra Sra del Carmen", y me quedé más tranquila, porque MariCarmen, cerca de Ella, no estaría tan sola.

 Sus padres cambiaron la pequeña casa de la carretera por otra junto a la Plaza. Al saludarlos, cada verano, volvía a sentir con corazón de niña la misma tristeza, las imágenes reales o inventadas, las historias escritas con cuchicheos que alimentaban la imaginación, y que me dejaron para siempre a la Muerte con el rostro en blanco y negro de una niña rubia de cuatro años.


14 comentarios:

Pablo dijo...

Precioso. Cada vez me gustan más "las licencias de la memoria imaginando". "En un pueblo la muerte se vive, nadie cuenta milongas de que "hay una nueva estrella""
Lo que no sé es a qué pueblo te refieres... Besos.

lolo dijo...

Mariapi, ese talento. No lo dejes dormir.
Y gracias. Por vivir y escribir así.

Mariapi dijo...

Gracias Pablo. Cuando quieras te hago un mapa completo. Porque es un pueblo(todo un valle) precioso. Me siento muy afortunada al haber podido vivir en él. Imprime caracter.Y regala imaginación, parece ser...¡Gracias!

Mariapi dijo...

Qué amable, Lolo. Habiendo tenido la suerte de una infancia rodeada de tanta Belleza, (con mayúsculas, que es un concepto más completo), basta con darle a la memoria y describir. Soy muy afortunada. Y me encanta que me leas...y te guste, claro.

Unknown dijo...

Qué manera más bella y sutil de hacerme soñar...
Todavía tengo los pelos de punta.

Ana, princesa del guisante dijo...

Qué terrible la realidad de nuestros niños que tendrán que afrontar la vida a bocajarro cuando se hagan mayores, sin haberse pinchado con una zarza, sin haberse pelado las rodillas por patinar con la bici en una cuesta abajo de tierra, por no haber oído la historia terrible del chico que murió cuando se volcó el tractor.
Se llamaba Óscar.

ana dijo...

Era la libertad; la de verdad.

Nos enfrentábamos al miedo, a la vida, porque efectivamente en un pueblo no hay milongas. Así era la vida, y así nos la mostraban.

Allí aprendimos a despedirnos, a decir hasta pronto... a regresar. A no volver.

El otro día fuí a ver la película Los descendientes con mi hija de once años. Es dura. Y me gustó el tono y el ritmo de la conversación que vino después de la película, su capacidad de comprender, de seguir la película desde su mundo y presentárselo al mío. Y me preguntó _como preguntan aún los niños, con cierta lejanía_:

_Mamá, ¿dónde quieres estar cuando te mueras?
_En mi pueblo, hija. Al lado de mi abuela Ana, si pudiera ser... me gustaría estar allí. Sí.

Y le sonreí, porque en esa conversación no había dureza, había verdad.

Gracias Mariapi.

Amelita Yayi dijo...

Mariapi, precioso recuerdo porque la Muerte de verdad existe, primero en el recuerdo y después e invariablemente en nuestra "no vida". La marcha de un niño siempre produce un dolor especial, profundo y desgarrador que no se consigue encajar con facilidad. Pero justamente ese dolor te abre el corazón para entender otros. Cuánta sensibilidad puede albergar el alma de un niño de seis años¡¡¡. Un beso.

Mariapi dijo...

Dolores, muchas gracias. Los ojos de los niños siempre difuminan la realidad entre sueños, es así como lo recuerdo. Gracias por tus palabras. Un besote.

Mariapi dijo...

Ana, por eso nos toca a nosotros ayudarles a entrar en la realidad, es una cuestión de "felicidad". Me parece muy peligrosomantenerlos en esa indeterminación entre lo real y lo fantasioso, como si eternamente tuviesen cuatro años, y no dejarles crecer dentro de la vida real, dejando que dentro de ellos vayan creciendo las herramientas necesarias para afrontar lo real.
Un besico, mil gracias.

Mariapi dijo...

Ana, ¿será por eso de que "la verdad os hará libres"? La vida real, la de verdad, es más asumible en la niñez del pueblo. Fíjate que cuando fui a ver "los descendientes" me sorprendió la actitud del público. Cada uno de los temas que expone son dramas, y sin embargo, se reían a carcajadas con las cuatro situaciones cómicas que esparció el guionista para no hacer tragedia. A mi ni me salía la sonrisa. Me alegro de que tu peque tenga la sensisbilidad para captar lo importante. Un beso, ¡y me alegro tanto de "verte"!.

Mariapi dijo...

Amelita, efectivamente, es como dices. Port eso es muy importante descubrir que el amor, el de verdad, el comprometido y que compromete, lleva consigo la otra cara, la del dolor, que a su vez, como tu dices, nos abre el corazón y lo prepara para querer mejor. Mil gracias, un beso.

meloenvuelvepararegalo dijo...

Ay! recuerdos que nos acompañarán siempre, incluso cuando seamos ya ancianas. Las anécdotas e historias vividas en los pueblos parecen llegarnos más al alma que las que vivíamos en la ciudad; o al menos a mí me pasa. Tantos veranos, libres y sin horarios, hacían que todo allá fuera más intenso...
Precioso post, aunque duro,

Mariapi dijo...

Tere, tal vez porque en los pueblos es todo más acorde al mundo infantil, hecho a la medida que un niño alcanza.Allí incluso la dureza de la vida real se descubre entremezclada en el ciclo de la vida, con naturalidad.Mil gracias, un abrazo.