martes, 26 de enero de 2010

Estrellas Anónimas(I)


La madrugada me confunde. Buscando en mi sonotone el sustituto de las  tradicionales ovejas, me informo sobre cual pudo ser la estrella, planeta, nova o supernova que guió a los auténticos Reyes Magos.

Y me interesa tanto, que en lugar de lograr el adormecimiento necesario, quedo hechizada y me espabilo por completo.
Desde la hipótesis de que hubiese podido ser el cometa Haley, hasta la explicación  mística que dio en el siglo XVII Kepler. Era un científico alemán que sitúa el viaje de los Magos con la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, por el año7 a.C…. hay tantas posibilidades y soy tan ignorante…

Estrellas brillantes, que han iluminado en sus bailes orbitales al universo, pero desconocidas, anónimas. Nadie está seguro de si su luz fue azul  y fría, o si supieron subir los colores a los planetas cercanos. Si iluminaron en intermitentes ráfagas o fueron hálito suave de luz flojita, como de cena antigua. Nadie sabe, son anónimas, pero astros, al fin y al cabo.

He conocido muchas estrellas humanas  que reúnen las mismas características. En realidad, creo que la inmensa mayoría de los hombres somos ese tipo de protagonistas, actores principales de las mejores novelas anónimas, que permanecerán  escondidas en las librerías de viejo.  Auténticos artistas, haciendo filigranas en la monotonía cotidiana. 

Mis libros preferidos-esos que me hacen sufrir cuando me doy cuenta de que ya quedan pocas páginas, que la historia terminará en unas líneas y tendré que separarme de sus personajes-son historias de lo cotidiano, de protagonistas anodinos, con aventuras de monotonía diaria[i].

Desde “El camino” de Delibes, releído mil veces, hasta el último que me atrapó, “En un lugar seguro”, de Stegner.

Son aventuras en la normalidad. No necesito escenarios exóticos para sentirme cautivada por las peripecias de estos héroes corrientes y molientes.

Incluso las historias de “sisinatos” tienen especial encanto si se desarrollan en lo cotidiano. Junto a una taza de té bien caliente. El cianuro puede esconderse en el emparedado de pepino. Esa perversidad enredada en detalles y minucias, describiendo la vida en el tranquilo cottage, la bordan Agata Chistie y  P.D. James.

Las invisibles estanterías de mi imaginación están llenas de  novelas que he inventado basándome siempre en estrellas anónimas reales. Este tipo de literatura tiene muchas ventajas. Nadie cuestiona el estilo, ni la debilidad del argumento, nunca hay problemas editoriales si se cambian los detalles, admiten infinidad de versiones y finales.

Estrellas anónimas. Protagonistas de  Best Sellers inmateriales. ¿Os comparto alguno?

Primer grupo.  Mujeres concretas, reales. Las he conocido, pero sobretodo las he imaginado basándome en lo que cualquier niña oye en un pueblo, descubre en los silencios y miradas suspicaces si pregunta, y se inventa a partir de un atisbo de realidad.

Es que no vi la televisión hasta 1967. Y entonces fue demasiado tarde para frenar esa costumbre de fantasear.



[i] Recuerdo a un bebote, hoy “medio doctorsito”, que cuando oía que la cuchara empezaba a sonar al entrar en el plato de papilla lloraba…ansioso…. que se acababa. 

1 comentario:

Pablo dijo...

Y todavía lloran mis tripas cuando tras el primero y el segundo llega el postre. Se acaba.
Es algo genético. Somos triperos. Unos devoran jarretes, otros libros y otros libros y jarretes.
Cada uno que se haga fan del grupo que más le guste.