Corrían los años 70 de mi adolescencia. Aunque no lo parezca, también fui adolescente, con granos y soñadora.
Por aquellos tiempos de cambios, propios y patrios, aparecieron carteles que anunciaban con letras rojas sobre unas fotografías en blanco y negro de vedettes rubioxigenadas, de medio pelo y mucha pluma: ”Teatro Chino Manolita Chen”. Después he sabido que no era china, sino de Cádiz, y encima no era Manolita, sino Manolo. Pero en los 70 eso, gracias a Dios, ni lo podíamos sospechar.
Los circos siempre me producen melancolía. Pensar en una china, aquí, tan lejos de sus pagodas, viviendo en un circo fue detonante para mi imaginación.
Espoleada por las descripciones de Pearl S Buk, presentía a la desgraciada china atisbando con sus ojitos lineales, mientras el domador de leones vivía historias de amor no correspondido con la contorsionista, que con las piernas enrolladas en el cuello, bebía los vientos por el malabarista, viudo de una pobre equilibrista que se partió la crisma de un traspiés en una actuación ante el mismísimo Emperador Reza Palhevi…porque sí, se me iba la olla. Y juro por la cobertura de mi móvil, que era capaz de oler inclusive los tufillos de aquel circo chino imaginario: el sudor del trapecista, siempre innovando nuevos saltos al vacío, las “tortas” de los elefantes, el serrín entre los tigres, los trajes churretosos, el vino para olvidar. (En fin, que a mi el circo me da mal rollo)
Y en medio de los carromatos descoloridos y esa aridez monótona de vida circense, esta ella: Manolita Chen, la vedette. Todos los focos en sus plumas, llameando las desmesuradas lentejuelas , pares de cienes y cienes de ojos…(bueno, el ojo suelto de algún tuerto también miraría) … pues eso, todos expectantes en ella. Una chinita, que a pesar de sus pies vendados se subía a unos tacones, y bajaba las escaleras de purpurina.
Después, la experiencia de la vida me ha hecho comprender la enseñanza que encierra el enigma de Manolita Chen. En toda familia que se precie, la vida viene presidida por este insondable misterio.
La mayoría de peleas entre hermanos, que son sin duda la salsa de la vida, pero que dan tanto quehacer cuando pasas a ser madre, vienen del conflicto “Manolita Chen”.
TODOS queremos ser en exclusiva la vedette, encumbrados en nuestros tacones, bamboleando una boa de plumas verdes, centrar la mirada expectante de nuestros padres.
No sabría explicar el porqué. Lo curioso es que en una familia ese protagonismo único se hace posible de modo simultaneo. Las madres no tenemos media docena de hijos: siempre son seis hijos únicos, seis vedettes, aunque no sean chinos ni se llamen “manolitachen”.
4 comentarios:
Sinceramente no puedo resistir decir algo: me parecía que otras entradas eran insuperables, pero parece que nuestra matermania hace, como en el circo, el más difícil todavía mientras redobla el tambor. No podía ni imaginar que de Manolita Chen -cuyo nombre recuerdo, pero no de modo tan vivo y vivido como tú- sacaras las vedette que todos llevamos dentro. Malabarismo en estado puro. Aunque, pensándolo bien, no se puede dudar que tienes en casa un circo no ambulante: no voy a decir aquí quienes son los payasos, porque en tu casa tus hijos no se cortan... También debe haber un domador (o es domadora?)Y se podría continuar: con los equilibristas, la magia. Ya se ve que le circo da para mucho. Lo de Forges buenísimo. Gracias
Es un circo de seis pistas. ¡¡El circo de la familia!!
¡¡Me encanta ser vedette de este circo!!
Colgaría un enlace a un vídeo con un circo maravilloso, pero creo que puede ser otra entrada para todos los matermaníacos, así que no diré más.
¡Mami! Muuuuuuuy muuuuy pero que muy chulo!
¿De quién habré heredado el escribir tan bien? haha
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