Huelo cada rincón inexistente, que sólo vive en la memoria infantil.
El recuerdo de detalles pequeños e inconexos, parece un sin sentido, un orden absurdo: trozos del color azul de una pared, pintada con ramas de almendro, un armario ropero con luna, la alcoba con escalón, los cajones incómodos de una cómoda pesada, la lámpara dorada, la despensa negra...
Hace años ya era una casa vieja, en una calle vieja de la Correría.
Nací allí. Bueno.. como se dice, me nacieron en la casa de mis abuelos.
De la entrada sólo me queda el sonido hueco que llenaba la oscuridad.
Las escaleras eran un ajedrez de distintas arcillas, con travesaños de madera descolorida, reblandecida a puntapiés.
Alguna vez, cuando los mayores se distraían con sus cosas, me lancé a la aventura y seguí subiendo un piso más arriba. Allí vivía D. Pedro, un anciano solitario, silencioso, que llevaba una pelliza marrón. Su fracción de escalera acumulaba toda la luz de la claraboya.
Por las mañanas olía a pan recién hecho y a bollos de azúcar, y por la tarde, cuando cerraba la panadería de los bajos, sólo quedaba el autoritarismo de la lejía.
La entrada al piso rompía el pasillo. Toda la luz de la casa eran los dos balcones, uno a cada lado del aquel tubo oscuro, agujereado de puertas a la izquierda.
El balcón de dentro abría la cocina a un patio extraño, lleno de sacos viejos y gatos. Sus sombras me dejaban regalos para pesadillas y cuentos de miedo.
El balcón de fuera, abría a la calle y era mi pasión.
Ojos hacia la vida de una ciudad pequeña.
Si me ponía de puntillas veía la frutería de la esquina y un trocito de san Lorenzo, donde me bautizaron.
Enfrente había un letrero exótico: "Ultramarinos".
Sonaba a mares del sur, donde imaginaba que pescaban las sardinas de cuba que cada mañana colocaban en la puerta, como un sol amarillo y gris, tan ordenaditas jugando al corro.
En semana santa desfilaban las procesiones. Los tambores subían hasta los barrotes de hierro, temblaban y me picaban en las manos. Las lanzas de los romanos dejaban chisporroteos, y los capirotes morados, silencio.
La sangre y los golpes en los bombos se acumulaban en la boca del estómago, y el corazón infantil se aceleraba contemplando en escorzo la cabeza coronada del crucificado.
La mirada de estos balcones abría luces de ciudad en una niña que vivía en el pueblo.
Cuando he vuelto, ya no estaban.
14 comentarios:
Gracias por la descripción... me has llevado al Colmado Sala, tan "colmado" de sus ultramarinos, con su olor eterno a bacalao.
Y esa procesión... benditos tus ojos, querida.
Un beso
Una descripción con sabor a literatura de posguerra, con aires de delibes, matute, Laforet, Salisachs, ...
Y la foto, sugerente, deliciosa.
Ana, como siempre, me tiran las inutilidades...como las descripciones de cosas tontas...¡qué le vamos a hacer! Te agradezco mucho la amabilidad de leer...pero mucho mucho.
¡Qué amable eres, Modestino!
¿No te suena la foto? es la calle Ramiro el Monje...la misma calle real, pero tan distinta a la de mi recuerdo...
Gracias miles.
Qué preciosidad... Mariapi. Qué requetebonita descripción.
Y la calle...que por esta calle he pasado mil veces... bueno, igual menos... El punto de salida, la C/ San Lorenzo.
Creo que te voy a gritar como Pablo : ¡¡¡un libro!!!
Gracias por esra delicia, Mater.
Has escrito imágenes preciosas; el autoritarismo de la lejía, el ajedrez de las escaleras, tus pies de puntillas mirando la frutería de la esquina, el sol amarillo y gris de las sardinas...
Tienes un privilegio de ojos, y la suerte de que te nacieran en casa de los abuelos. Esta segunda la comparto, siempre quiero volver.
Gracias, Mariapi. Este desmelene me gusta mucho.
Se nota que la descripción de la calle que te vió nacer y crecer la hace tu corazón.
Por un momento pude oler el pan recién hecho de sus mañanas y sentir los golpes de los bombos en mi pecho. Por un momento fui yo la niña que se asomó a ese balcón.
Gracias mil
Leyéndote he hecho un viaje astral!
qué pena regresar...voy a lavar la chaqueta que me huele a sardinas de cuba! Besos artista otra vez
Sunsi, la calle sube desde el coso, justo enfrente de San Lorenzo hacia San Pedro el Viejo. Cuando he vuelto, además de encogerse, casi todo había desaparecido...los ojos en la infancia tienen otros cristales.
Gracias, Sunsi, eres un sol. Un abrazo.
Cuando he tenido a mis hijos he pensado en esa alcoba en la que nací...un mundo distinto, y una suerte para recordar.
Gracias, lolo, gracias de las de verdad.
Gracias a ti, Dolores. La mirada de la infancia se queda en el corazón, tengo curiosidad qué imágenes han quedado grabadas en mis hijos, es algo aleatorio, y siempre resulta fantástico.
Un abrazo.
¡Ahora mismo a poner el remojo con norit...!con lo que huelen las sardinas...a mi me gustaban, un trocito pequeño "para pasar" la verdura...Ya ves, esto de recordar es como las cerezas, una engancha a dos. Un beso.
Libroooooo libroooooo libroooooo!!!! Como Isabel, una vez más nos has conquistado...
kss
Son los ojos con los que me miras, Pablete...Gracias. Un besote.
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